Era jueves santo, y la noche transcurría entre risas, alcohol y apuestas, Ramiro, Jorge y Dante tres viejos amigos disfrutaban con otros tres hombres de una nueva jornada de poker.
Por Geovanny Orjuela


La casa de Alberto, era como siempre, el sitio de encuentro, en un pueblo llamado Tinieblas de la Sierra, lugar apacible, que por supuesto no escapaba a las supersticiones, a los mitos y leyendas que andan de boca en boca pero que nunca son comprobables.

Cuenta doña Martina que una madrugada de jueves santo que el mismísimo diablo se llevó a Pablito, un niño rebelde que no había sido bautizado, "qué va, son puras habladurías de esa vieja chismosa" dice mientras se lleva un trago de aguardiente a la boca Dante, el más fuerte del pueblo, el que no le teme a nada, el domador de bestias salvajes.


"No te burles de eso" dice Ramiro, "hay que tener respeto con esas cosas", "a mí que no me vengan con esos cuenticos para asustar a las nenas de este pueblo, hay que tenerle miedo es a los vivos, yo no le temo ni al mismísimo demonio" respondió Dante.

A esta discusión Jorge añadió "no sé muchachos si esas cosas existan o no, lo que sé es que no me parece buena idea jugar un jueves santo, de eso he escuchado muchas cosas", "ya deja de hablar sandeses y deja ver tu mano", contestó Dante.

Los minutos transcurrieron y la partida se envolvió en una discusión engendrada por una supuesta trampa de uno de los jugadores, con lo que los tres amigos salieron enfurecidos y cogieron camino.

La ruta era larga, oscura y pedregosa ante el andar torpe de los granjeros, hasta que llegaron a un particular cruce de caminos, era la entrada del cementerio del pueblo, "haber gallinitas crucemos el cementerio para acortar distancias".


"No Dante yo no me voy por ahí por nada del mundo", le dijo Jorge, "yo tampoco", añadió Ramiro, "qué voy a hacer ahora con el par de nenitas que creen en fantasmas", les respondió Dante.

Ante las burlas de éste los dos hombres decidieron aceptar el desafío. Las botas iban esquivando las viejas tumbas del antiguo cementerio, mientras la luna esquivaba las espesas nubes del ancho cielo, cuando de repente...

"Aaahhhhhh!", "qué pasa", "miren, miren allá", los ojos de los tres hombres quedaron atónitos al ver una figura humana encima de una de las lápidas, con un rostro calaverico y unos ojos rojos infernales, a la vez que  que su ancha boca se reía a carcajadas y decía "la fiesta ha terminado".
Sin bacilar ni un segundo salieron corriendo "Dios mío qué es esto" gritó Jorge, y en pocos segundos los hombres que habían desafiado la noche se encontraban al otro lado del cementerio.

"Qué susto nos llevamos", "pero donde está Dante", pensé que iba detrás tuyo", "!Dante, Dante respondeee!".

Un fuerte alarido se escuchó seguido de un silencio sepulcral, el valiente había sido derrotado y arrastrado por las tinieblas, el pueblo nunca se supo más de aquel hombre de hierro.

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