Estoy a punto de rendirme al juego de Benzema. Muy, muy cerca. Es un jugador que siempre me ha dejado frío, tengo la sensación de que el día de la verdad nunca va a ser el héroe, el que cambie el signo del partido decisivo de la temporada con una genialidad. Ese es un privilegio que le parece vetado hasta ahora.
El galo cumple su quinta temporada en el Real Madrid y es de lo más complicado decir si ha triunfado o no en el club. Si le ves en el terreno de juego, es difícil no admitir su inmensa clase. Si repasas sus cifras, son muy buenas. Bajo esa eterna sospecha que le acompaña de que no tiene gol, sus números te desmienten: 29 goles en 50 partidos en la Champions; 79 en 169 en Liga. Su media es de prácticamente un gol cada dos partidos. ¿Inesperado? Bastante, la verdad.
Compartir época con Cristiano y Messi no hace bien a muchos delanteros. Al lado de sus cifras, cualquier cosa suena a poco. Pero en la Liga española ha habido Pichichis menos de 20 goles hace no tanto. Los tiempos han cambiado y ahora a un ‘9’ de un grande se le exige al menos más dos docenas de goles por temporada.
Benzema es un centrocampista disfrazado de delantero, el socio perfecto para que jugadores como Cristiano o Bale combinen en su búsqueda obsesiva del gol. El último ejemplo, en Basilea. También perfecto para elaborar el juego junto a los grandes y talentosos cerebros que ahora aglutina el Real Madrid. Kroos, Modric, James o Isco saben que darle el balón es una garantía de que les volverá mejor o de que la jugada acabará cercana al gol, y eso hoy en día es impagable.
Pero entonces, ¿qué le falta a Benzema? Solo un día grande, ser el héroe de una final. O quizás alguna carrera tribunera hacia un balón al que es imposible que llegue que tanto gusta al aficionado, quién sabe. Hasta entonces se le seguirá mirando con cierto recelo.
RAÚL RIOJA
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