Estábamos todos tomando unas cositas en un bar de Atenas, como era de costumbre. Estábamos de risas y bebiendo, cuando apareció un chaval moreno, de unos no más que 16 años, como nosotros. Pedro, uno de mis amigos que estaba allí, le saludó, puesto que eran amigos y se sentó con nosotros y hablamos durante unas horas…


Al cabo de unas, más o menos 3 horas, el tema de conversación pasó a ser historias de miedo, puesto que ya había anochecido y nos encontrábamos ahora en un botellón, en un descampado. Nos contábamos historias terroríficas y acabamos realmente asustados o mejor dicho cagados hasta las patas. Entonces Gonzalo, el chaval este tipo gótico, amigo de Pedro, dijo que conocía una forma de ver al Diablo. Le escuchamos con, la verdad, una atención de cuando te cuentan un chiste. El procedimiento que hay que seguir es el siguiente:

(Textualmente)”En Nochebuena, justamente a las 12 de la noche, el Diablo hace la inspección en la Tierra, la única en el año, así que si queremos verle tiene que ser ese mismo día a esa misma hora. Vete al baño, puesto que es el lugar más propicio para realizar el evento, y cerrar la puerta. Enciende 12 velas, al poder ser negras, y sitúate enfrente del espejo. Cuando quede poco para que sean las 12, cierra los ojos y sitúate, como dije antes, enfrente del espejo. Mantenerlos cerrados hasta que quede solo una campanada de las doce que debe sonar. En ese segundo verás al Diablo en el espejo”.



Todos nos lo tomamos a broma, pero Héctor, otro amigo con el mayor valor que he visto nunca, dijo que lo haría sin problema. Estábamos a 20 de Diciembre, así que en cuatro días lo haría, solo pedía que hubiese un testigo, y que sería en su casa. Ese testigo fui yo.

24 de Diciembre, las 23:45. Todo preparado y nadie que nos moleste. Entró Héctor solo, yo tengo mucho miedo a esas cosas. Se cerró la puerta y esperé sentado afuera. Las campanadas sonaron, y yo estaba al acecho de que algún ser estuviese espiando para darme un susto, pero no pasó nada. Suspiré, aliviado, y llamé a Pedro. No contestó. Atemorizado, abrí la puerta de un golpe, y encontré a Héctor en el suelo, agarrándose el corazón. Y en el aire se olía el inconfundible rastro del azufre. Llamé a la ambulancia a toda prisa y como pude, y se lo llevaron al hospital.

Le diagnosticaron un infarto al corazón a causa de un sobresalto, una crisis nerviosa. Yo no pude dormir durante meses, hasta que fui tratado por un psicólogo. Cuando por fin Hector se recuperó, me dijo a mí sus primeras palabras:

“Lo he visto … Tengo mucho miedo”

Ya pude volver a dormir, pero Héctor no es ya el mismo. Recuperó algo de su vitalidad, pero aún se le nota muy apagado, triste, sin nada de ganas. Dicen que es porque el infarto lo deja a uno mal. No fue eso: fue lo que vio en el espejo. Y estará así hasta que se muera.

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