Siempre desde muy niño había estado alejado de supersticiones y todas esas cosas del más allá, así que cualquier comentario que llegaba a mis oídos sobre historias de brujas, fantasmas, almas en pena, etc., despertaban en mí una sensación de risa incontenible y, aunque las personas no reparaban en demostrar inmediatamente su enojo, yo no podía evitar en seguir tomando aquellas anécdotas como situaciones divertidas y salidas de todo acto racional.


Doña Magdalena, la vecina del frente siempre estaba relatando esas historias de espectros y de tesoros escondidos, propios de su pueblo natal. Una vez contó que un tío suyo había tenido pacto con el mismísimo diablo para que le diera fortuna y mujeres a cambio de su alma, pero que un buen día don Jerónimo desobedeció las peticiones de su amo y en represalia le dio una paliza que casi lo mata.

Y ya cansado de sus repetidos cuentos fantasiosos le dije: “vecina ¿no se cansa de inventar tanta palabrería?", a lo que mi novia me hizo una cara de desaprobación e inmediatamente se disculpó por mí.

Es así como, de un tiempo para acá la vida ha ido cobrando mi mal comportamiento y mi escepticismo radical. En la casa un día cualquiera vi de forma extraña una pequeña sombra que se disolvió rápidamente, a lo cual no puse mucha atención, pero aquella rara situación se siguió presentando casi a diario. Por momentos pensé que era la visión que me estaba fallando, así que fui al oculista y, después de unos exámenes básicos me dijo que no tenía nada y que quizá era producto de mi imaginación, de todos modos me formuló unas gotas que lógicamente no sirvieron de mucho.

Poco a poco la sombra fue tomando forma humana, ya hasta se me aparecía en el trabajo. Una noche cuando ya había finalizado el servicio en la biblioteca, escuché un ruido estrepitoso en el sótano donde había libros viejos, pensé que era el vigilante.

-         -  Don Horacio, ¿se le olvidó algo?
-          - ¿Cómo pudo haberse caído ese estante?
-           ¿Dios mío qué es eso?

Un hombrecillo apareció detrás de unas cajas, tenía un rostro siniestro, con varias arrugas, una barba negra larga, unos ojos grandes, unas orejas puntudas y unos dientes amarillos y desgastados que hacían juego con su macabra risa. No alcancé a reaccionar cuando el espectro se escabulló por entre las montañas de libros y desapareció.
Salí corriendo despavorido hasta llegar a mi casa y contarle lo sucedido a mi mamá, quien me dijo primero que me calmara y me preparó una de sus bebidas milagrosas que me puso a dormir plácidamente toda la noche.



Al siguiente día bajé al sótano para arreglar el desorden, después las cosas transcurrieron normalmente y me fui convenciendo de que lo que había visto la noche anterior había sido producto del cansancio.

Así continuó los días posteriores y, la tranquilidad total hubiera vuelto si no es por mi novia que le contó lo que me había pasado a mi vecina supersticiosa, de ahí en adelante cada vez que me la encontraba no paraba de darme consejos y recomendaciones y reprocharme mi falta de fe.

Esa situación me distanció con Catalina, entonces me concentré en mi trabajo y otros proyectos que tenía en mente. Pero cuando pensé que todo aquello había llegado a su fin, de nuevo la tenebrosa aparición empezó a rondar mi vida.

Una noche en medio de los tragos iba subiendo las escaleras para llegar a mi cuarto, cuando escuché esa diabólica risa que había oído en la biblioteca.


Miré hacia abajo y no había nada, pero cuando otra vez volví mi mirada hacia arriba allí estaba aquel ser. No sé pero del susto el mareo quedó atrás, de inmediato le pregunté ¿qué quería?, pero no dijo nada y se fue acercando hacia mí.

-          ¡Lárgate, no te acerques!
-          Ahhhhhhhhhhh

Al siguiente día desperté en el hospital, con varios en la cabeza y una fractura en el brazo. Mi madre y Catalina han estado muy pendientes de mí, pero ese espectro sigue asechándome, presentándose en las noches, arrojando las cosas, burlándose de mí.

Las heridas están sanando y pronto me darán de alta, pero mi mente está cada vez peor, no sé si despertaré mañana.


Por Geovanny Orjuela 

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