Fuente: El Espectador
Por: César Rodríguez Garavito
EL PODER Y EL SEXO SIEMPRE HAN tenido una relación íntima, literalmente.
Los biólogos evolucionistas dicen que, en últimas, los humanos perseguimos el poder para atraer una pareja. Si están en lo cierto, la clásica pregunta —el poder, ¿para qué?— tiene una respuesta clara: para el sexo. Al menos así lo piensan poderosos como Dominique Strauss-Kahn (DSK) y Berlusconi, cuya conducta de primates estará haciendo las delicias de los biólogos.
Lo que no estudian los biólogos pero sí tienen claro los sociólogos es que la relación entre sexo y poder está atravesada por las desigualdades sociales. En sociedades machistas —como las de Francia, Italia, Colombia y muchos otros países—, el desbalance de poder entre hombres y mujeres permea las relaciones sexuales. Y nada lo muestra mejor que el abuso del poder para obtener sexo, como en los escándalos de DSK y Berlusconi, y los cientos de casos similares de acoso o violencia sexual que quedan en el anonimato y la impunidad en nuestro medio.
En las dos columnas anteriores traté de mostrar cómo la falta de reglas jurídicas y la cultura machista permite que los acosadores se salgan con la suya. Pero el fondo del problema está en la diferencia de poder económico y político, que crea las condiciones para el acoso y la violencia.
Por eso, no es gratuito que los países que permiten y perdonan estas conductas sean los mismos que aparecen rezagados en las clasificaciones mundiales de equidad de género, que miden las diferencias salariales entre hombres y mujeres, la brecha en indicadores de educación y salud, y la participación de las mujeres en puestos de dirigencia política. En el índice del Foro Económico Mundial de 2010, Francia aparece en el puesto 46 entre 134 países, Italia figura en la posición 74, y Colombia queda en el lugar 55. En el caso colombiano, el puntaje más bajo tiene que ver con la discriminación contra las mujeres en puestos de dirigencia política, especialmente en el Congreso, que sigue siendo un club masculino.
Tampoco es coincidencia que los países con mejores puntajes sean también aquéllos que menos toleran el acoso y se castiga más eficazmente la violencia sexual. En los primeros puestos aparecen Islandia, Noruega, Finlandia y Suecia, mientras que EE.UU. —donde DSK ha tenido que rendir cuentas como nunca lo habría tenido que hacer en Francia— figura en el puesto 19.
De ahí las declaraciones de Cristina Comencini, la escritora y guionista italiana que ha organizado las marchas multitudinarias contra la cultura política y mediática de explotación sexual que Berlusconi ha convertido en su marca personal. Cuando se le preguntó cómo combatir la situación, Comencini respondió: “Este problema, que es el problema fundamental de los tiempo modernos, realmente no ha sido resuelto en ninguna parte”. “Bueno, sólo en Escandinavia”, agregó. “Pero allá hace mucho frío”.
Hay alternativas distintas a irse a vivir cerca del Círculo Ártico. Tampoco hace falta convertirse al puritanismo sexual estilo estadounidense, o erradicar la posibilidad de la seducción entre iguales. Las soluciones son las mismas medidas que promueven la igualdad entre hombres y mujeres: acciones afirmativas como la prevista en la ley de reforma política que está pendiente de sanción presidencial y que exige que al menos 30% de los candidatos a corporaciones de elección popular sean mujeres; políticas y leyes laborales que eviten que las mujeres tengan que sacrificar una carrera promisoria por la maternidad; y normas e instituciones eficaces que eviten y castiguen el acoso y la violencia sexuales.
Como lo escribió Sylvie Kauffmann, la primera mujer que ha llegado al puesto de editora de Le Monde, al comentar el affaire DSK: “Sin caer en el puritanismo, hay un remedio para esos excesos: la paridad entre hombres y mujeres”.
* Miembro fundador de DeJuSticia (www.dejusticia.org)
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