Si existe hoy en día un mercado que genera altísimas y constantes cuotas de consumo, ese es el mercado de los dispositivos móviles, especialmente los teléfonos. Es un universo lleno de ventajas, en constante evolución y que forma parte de nuestro día a día. 



Pero también tiene sus aspectos oscuros y provoca fenómenos muy desagradables. La voracidad del mercado repercute en la demanda de determinados materiales, que se encuentran solo en ciertos países desestabilizados por los intereses que sus recursos generan en grupos criminales. 

También los elevados pedidos y los plazos fijados por los accionistas para que las empresas rindan cuentas de sus beneficios obligan a que los procesos de fabricación y ensamblaje de las distintas piezas sean auténticas maratones de trabajo en ínfimas condiciones en países del tercer mundo. Además, el exceso de basura tecnológica provoca grandes prejuicios ecológicos y no está claro quién debe hacerse responsable del correcto reciclaje de los móviles. Desde Eroski Consumer repasan cada uno de estos puntos oscuros en el 'universo móvil'.


Materia prima: los 'minerales de sangre'

La República Democrática del Congo acumula más del 80% de las reservas mundiales de algunos de los minerales más importantes para la fabricación de teléfonos, entre ellos el coltán (del que se extrae el tantalio), el wolframio, el estaño y el oro. Unos sirven para soldar los circuitos eléctricos, otros para que el móvil vibre o para que la batería pueda acumular energía en forma de electricidad. Sin ellos, la actual revolución de la telefonía móvil no habría sido posible.

Este hecho, en lugar de enriquecer al Congo, ha convertido al país centroafricano en un infierno de guerras de extorsión, violación de los derechos humanos y esclavitud, donde señores de la guerra rivales se amparan en motivos políticos y religiosos para luchar por la explotación de las minas y el trafico ilegal de estos materiales. Todos ellos, por el sufrimiento que entrañan a las poblaciones locales, han sido definidos como "minerales de sangre" o "minerales de zonas en conflicto". 

Poco a poco, la conciencia de los consumidores del primer mundo, gracias al trabajo de algunas ONG como Alboan, ha forzado a sus gobiernos a presionar a los grandes fabricantes a que investiguen opciones a estos minerales, o bien que garanticen que su extracción y distribución ha seguido los cursos legales, ambientales y de protección de los derechos humanos. En la actualidad, existen algunas alternativas al uso de estos minerales, como acumuladores cerámicos de energía que sustituirían al tantalio. También el fabricante de procesadores Intel se comprometió en enero a que desde este año solo crearía chips con materiales libres de conflicto. 

Existe además un móvil, el Fairphone, fabricado sin materiales polémicos. Y desde la esfera legislativa, en Estados Unidos se han aprobado leyes como la Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor, que exige a los fabricantes que coticen en las bolsas norteamericanas a no emplear minerales conflictivos. En Europa existe una ley similar, pero la exigencia se convierte en recomendación. 

Condiciones laborales inhumanas 

Muchas veces, los países emergentes esconden tras su fuerza económica una política de trabajo poco regulada y forzada a condiciones laborales inaceptables en el primer mundo. Así, su margen de rendimiento en algunos sectores es muy alto y su competitividad extraordinaria. Ofrecen a los fabricantes de Occidente un servicio barato y de alto rendimiento, pero la diferencia de precios la pagan muchas veces los trabajadores con su salud e incluso con la vida. 

El mundo del móvil no es ajeno a estas polémicas y, en muchas ocasiones, encabeza las noticias referentes a la explotación laboral en el tercer mundo. La empresa taiwanesa Foxconn ensambla teléfonos para todo tipo de fabricantes tecnológicos, y lo hace en China, donde las condiciones laborales son más "laxas". El precio por hora de trabajo puede ser menos de un dólar y las horas semanales superiores a 60, además de que las condiciones de sanidad y contaminación suelen estar muy por debajo de los estándares recomendados. 

Foxconn fue hace unos años motivo de escándalo por las muertes y suicidios que se produjeron en sus fábricas, y que afectaron a la imagen de las principales empresas de móviles del mundo. Desde entonces han aumentado los compromisos por parte de los fabricantes respecto a las garantías que les ofrecen las compañías que subcontratan en el tercer mundo, de que el ensamblaje se hará de acuerdo a códigos éticos aceptables. Sin embargo, las propias empresas subcontratadas desvían a veces el ensamblaje a países todavía más pobres y con menos capacidad de control por parte de autoridades y fabricantes. 

De este modo el problema se perpetúa, lejos de solucionarse. En 2012 Apple, una de las firmas que más acusaciones ha recibido por sus subcontratas en China, reconoció estar estudiando trasladar el ensamblado de sus aparatos a Estados Unidos, a fábricas automatizadas donde se haría sin la intervención humana. 

Basura tecnológica 

La llamada basura tecnológica se acumula en los vertederos del tercer mundo, donde los moradores locales intentan desguazarla para obtener materiales residuales que reciclar, sobre todo metales como hierro, aluminio y cobre. 

Sin embargo, otros muchos más minoritarios, de reciclaje más complejo (así sucede con el litio de las baterías, por ejemplo) y altamente contaminantes, se vierten al suelo o se esparcen, destruyendo así los ecosistemas aledaños. En teoría, y según diversas leyes del primer mundo, deben ser los propios fabricantes los que se encarguen de la recolección y reciclado de los móviles, pero, en ocasiones, las partidas de basura se desvían a vertederos de países pobres en procesos que implican corrupción de algunos responsables. En compañías gigantes, como son las de los principales fabricantes, estas dinámicas son a veces difíciles de controlar, aunque sus dirigentes estén en contra de ellas. 

Una alternativa que aseguraría que el teléfono se recicla de manera correcta y se preservan los contaminantes es donarlos a ONG que organizan campañas de reciclaje, ya sea para otorgar al móvil una vida extra en otros mercados o bien para garantizarse que su desguace se hace de forma limpia.


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