Se habla mucho de cómo la tecnología cambia nuestra manera de leer, incluso de que es posible que leer en pantallas provoque una menor comprensión de lo leído, pero lo cierto es que casi no hemos echado la vista atrás para ver la evolución de algo igual de importante: cómo la evolución de la tecnología ha cambiado también nuestra manera de escribir.


La escritura ha cambiado mucho desde los tiempos de las tablillas de cera y los pergaminos, en los que, no lo olvidemos, se escribieron los grandes clásicos de la antigüedad, o, si nos acercamos más en el tiempo, la escritura a pluma y tintero que fue habitual hasta bien entrado el siglo XIX, momento en el que se pasó a usar la pluma estilográfica. Por suerte, existían los lápices desde el XVIII para tomar notas y planificar los borradores. Hay que tener en cuenta, también, que el papel no era barato, no era como ir ahora a por un paquete de folios en blanco a la papelería; antes del siglo XX, ser escritor requería, además de un cierto grado de locura, algo de dinero, mucha dedicación y cuidado.

Si bien la imprenta supone un antes y un después en la literatura, uno de los hitos tecnológicos para el escritor aparece con la máquina de escribir a finales del siglo XIX y principios del XX. Si bien muchos autores siguen trabajando a mano -eso ya son manías personales- el hecho de presentar un manuscrito legible y aseado, sin depender de manchurrones extraños o una letra deficiente, hizo que los escritores fueran adoptando el teclado mecánico como una constante. La evolución al actual uso de los ordenadores fue el paso lógico, teniendo en cuenta la facilidad que ofrecen a la hora de trabajar, corregir y revisar el texto.

Sin embargo, mirando hacia atrás, podemos apreciar el cambio en la manera de escribir y de pensar lo escrito. Cuando el papel era un bien de cierto precio y escribir requería de bastante habilidad para no echar a perder una página por un goterón de tinta, la velocidad no era la misma. Se tiraba más de notas, de revisiones previas, se buscaba que el resultado fuera casi definitivo. Eso por no decir lo que se tardaba en escribir cada página, bastante más que ahora, con tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que se está diciendo.

Ahora la escritura es mucho más rápida frente al teclado de lo que ha sido nunca, pero a cambio obtenemos menos tiempo de reflexión y una mayor posibilidad de despistarnos y caer frente a la procrastinación que las nuevas tecnologías nos ofrecen. Una ventaja es la facilidad para revisar los textos, a años luz de lo que se podía hacer antes, y una cierta despreocupación por los despistes ortográficos, de fácil localización gracias a los correctores automáticos.

Así que ahora la escritura requiere de menos exigencia a la hora de trabajar: es más rápida, nos permite menos corrección, la revisión se hace móvil y en algunos casos el trabajo final ni siquiera se imprime en papel hasta el momento final.

Rapidez de escritura y edición frente a la exigencia de un resultado lo mejor posible casi al primer intento, mayor revisión frente a mayor reflexión. Los cambios tecnológicos han afectado al escritor y sus medios en una medida quizá mayor de lo que habíamos pensado hasta el momento y a medida que aparezcan nuevas herramientas también cambiará la manera en que nos planteamos la creación.

Vía lecturalia.com
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