No sé en qué momento pasamos de ver noticias al mediodía que medianamente tenían real importancia a una orgía de sangre, bala y muerte; ello es lo que desgraciadamente ofrecen nuestros flamantes noticieros de los dos principales canales privados del país.


Con la expectativa de ver algo de interés y análisis nacional, tenemos que aguantar que los protagonistas sean una manada de ladrones, asesinos, violadores y demás. Las obras buenas, los hechos de reflexión, las voces de los ciudadanos, la veeduría a los políticos, etc., no tienen cabida en estos espacios que se han convertido en un verdadero circo de violencia demencial.

No sé si es que ya los actos de los grupos armados al margen de la ley ya no estén haciendo más de las suyas para que no les publiquen (cosa que no alago pero que era preferible), pero es que ya da asco el inicio de estos noticieros que se van a los barrios de las distintas ciudades y no precisamente para recoger cosas buenas de gente trabajadora o de advertir las necesidades de las comunidades, sino de hacer eco de las riñas callejeras, del ñero que apuñaló al otro, del ladrón que robó un supermercado, del comerciante que fue dejado como un colador por supuestos sicarios, de la mujer que arrojó a su hijo recién nacido a un caño, por favor ¿para donde vamos?


Como quién dice acá lo que cuenta son los delincuentes, los demás no valen nada, si quiere aparecer en los medios, robe, mate o viole, ahí sí con mucho gusto le damos un espacio en nuestro noticiero. Las gente que hace bien las cosas y que merecen un reconocimiento en los medios por su labor y su entrega simplemente no son nada.


Y ahora pan y circo señores para acabar de completar el asqueroso espectáculo de los medios con elecciones y mundial de fútbol al mismo tiempo, el sábado debuta nuestra selección Colombia, el domingo hay elecciones y si gana el peor y más sangriento de los candidatos no importa porque se viene el segundo partido de la ‘tricolor’ y el fútbol nos hará olvidar que estamos en una nación sin memoria, sin identidad, ni dolor de patria.

Por Geovanny Orjuela

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