Según las estadísticas, una de cada tres mujeres será víctima de violencia por parte de su pareja en el curso de su vida. Esto significa que más de mil millones de mujeres, en una población de siete mil millones de personas, se convierten en víctimas de un carnífice que la mayoría de las veces suele ser un conocido, incluso un familiar, porque la familia no es siempre y necesariamente un lugar mágico en el que todo es amor.
Fuente: saraillamas.blogspot.com
Entre estas mujeres no sólo encontramos a inmigrantes, mujeres rurales o mujeres con alguna discapacidad. Tituladas superiores, candidatas de partidos políticos, estudiantes y empresarias se ven igualmente atrapadas en el mismo círculo vicioso.
Las maltratan, muchas veces incluso las golpean hasta dejarlas sin vida, porque las consideran objetos de su propiedad, porque no conciben que una mujer pueda pertenecer a sí misma, que pueda ser libre de vivir tal y como quiere ella, o que decida incluso enamorarse de otra persona.
Y nosotras, que a menudo somos ingenuas, pensamos que eso es amor. Una servidora, en su época universitaria, así lo creyó y lo único que consiguió es terminar en urgencias, sola, con contusiones por todo el cuerpo.
Porque tendemos a pensar que a nosotras esto no nos pasará. Estamos plenamente convencidas que nuestra cultura, nuestra formación, nuestra forma de vida nos mantendrán a salvo y no nos dejarán convertirnos en una de esas víctimas que asoman día sí día no en los informativos, esos que muchas veces presentan un execrable crimen machista como una historia de amor. En el fondo creemos que el maltrato es un mal que acecha a los demás. Lo vemos como algo lejano y que, por lo tanto, puede ser ignorado… Pero no es así, ni mucho menos. Porque no existe una vacuna milagrosa que nos inmunice contra las mil y una estrategias de un agresor.
Y a mí me tocó aprender de primera mano que el amor con la violencia, los golpes, los insultos, las vejaciones… no tiene nada que ver. Que ese concepto de amor romántico que nos venden como pura posesión es un veneno que mata. Que no tenemos siete vidas como los gatos. Tenemos únicamente una y es demasiado valiosa como para desperdiciarla con un infame.
Porque un hombre que nos maltrata ¡no nos ama! Un hombre que nos maltrata es un malnacido, es un ser despreciable, es un auténtico miserable. ¡Siempre! Y esto lo tenemos que intuir desde la primera bofetada, porque llegará una segunda, una tercera, una cuarta… e incluso algo peor.
Porque el amor, el de verdad, nos hace felices, nos llena el corazón y nos hace soñar… El amor no te rompe las costillas ni te deja la cara llena de moretones.
Porque el amor deja huella, no cicatrices.
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