Hace no mucho me fijé en un nuevo seguidor que tenía en mi cuenta de Twitter. Me llamó la atención su imagen de perfil -casi nadie sale con esmoquin en la foto de una red social- y su biografía, que había redactado en cuidadosa tercera persona: “Fulanito está considerado el mejor nosequé de su generación y es uno de los talycual más reputados españoles”. 
Tanta autocomplacencia choca, y si eso lo unes a que 9 de cada 10 tuits los dedica a dar las gracias a sus nuevos seguidores mediante mensajes automáticos, y que el décimo es para piropear a famosos, entonces la conclusión es fácil: es imposible que esta persona tenga cerca de 100.000 seguidores reales. Si alguien acumula semejante número de followers en Twitter, te tienes que haber cruzado con decenas de retuits de quienes lo siguen y tienes que haber visto al menos su nombre en algún sitio. Pero no, nadie lo retuitea casi nunca. Claro, ¿cómo van a retuitear a quien sólo publica tuits sobre temas intrascendentes…?

“Ummm…esto huele a compra masiva de followers“, pensé. No hacía falta ver herramientas pero por curiosidad, miré Twittercounter. Esta es la evolución del crecimiento en seguidores de nuestro hombre durante sus últimos tres meses:

Twittercounter3meses

¡Impresionante! Ha pasado de cero seguidores a casi 100.000 en apenas 3 meses. Ni habiendo recibido un Oscar se consigue tanta popularidad…

A ver qué dice de él la herramienta Faker Score, que desmenuza tus seguidores en Falsos, Inactivos y Buenos:

FakerScores

Pues sí, casi todos son falsos como un euro de madera. Pero vayamos a la pregunta que te llevó a ti, lector, a olisquear estas líneas al calor de la curiosidad más morbosa: ¿Quién es ese que compra 100.000 seguidores para aparentar una influencia en Twitter que la vida le niega? Te lo diré: no importa ;) . Existe y es alguien real, deduzco que con un ego al que le cuesta entrar a una fiesta que empezó sin él y en la que le gustaría ser alguien, como parece serlo en su vida offline. No le faltan títulos, en todos los sentidos…

Lo relevante de este ejemplo real no es quién, sino qué: comprar seguidores es una de las mayores estupideces que se pueden hacer en redes sociales, tanto si quien lo hace es una persona como si es una empresa. Siempre, siempre, siempre te acaban pillando. Y es penoso porque quedas ante la sociedad a la que pretendes impresionar como un mentiroso y un fantasma pero, sobre todo, como alguien inmaduro e incapaz de asumir un papel secundario en un sitio en el que ni siquiera tienes por qué ser protagonista.

Como contaba hace poco Enrique Dans, el fenómeno de la compra de fans va en ascenso. Y yo añadiría: en un ascenso paralelo a la tonteriítis de quienes los compran. ¿Qué busca nuestro farsante misterioso en este caso? Impresionar a las personas con las que se relaciona en su día a día para que le otorguen ese nivelón que adelanta en su biografía tuitera de ser el mejor patatín patatán de su generación, y uno de los más reputados talyquecual de toda España. ¿Lo conseguirá? Con algunas personas, sí; y no lo logrará con las que sean más perspicaces y se den cuenta de que es imposible que un desconocido tenga más fans que un actor o un cantante famoso, cuando el hombre de los 100.000 seguidores nunca dice nada en Twitter que marque tendencia o siente opinión sobre temas de ninguna clase. Si sirve para que su ego esté tranquilo, a lo mejor hasta tiene sentido que compre fans.

Pero en realidad, lo único que consigue trucando su contador de seguidores es que su numerito sea más alto, nunca que su influencia sea mayor. La credibilidad y la influencia, por suerte, no se compran de una manera tan tonta, aunque haya quien se lo crea. Si tienes la tentación de comprar seguidores para tu empresa o para una empresa de un tercero, ni se te ocurra hacerlo porque te buscarás la ruina: alguien antes o después desvelará tu preciado secreto, con sólo aplicar dos o tres herramientas de análisis al alcance de cualquiera. Y si la compra de fans es para tu cuenta personal, piensa que muchos te verán como a ese niño de la imagen, que insiste en que él no fue quien se acabó el bote de nocilla.

Pablo Herreros

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