Estos días los medios de comunicación americanos se enfrentan a una noticia a la que no están en absoluto acostumbrados: una huelga. Los conflictos laborales en Estados Unidos son una cosa del pasado; no porque reine la justicia y la paz social, no hace falta decirlo, sino porque la lucha de clases acabó hace treinta años y perdieron los de abajo. 
Fuente: politikon.es
El sindicalismo americano nunca fue gran cosa comparado con sus parientes europeos, pero estos días es poco menos que irrelevante más allá de unas pocas industrias y empresas antiguas, ligas deportivas profesionales (¡!) y  Hollywood (¿!). Las huelgas, por tanto, son criaturas francamente inusuales que sólo aparecen en redes de metro, colegios y en la NBA/NHL/NFL/MLB muy de vez en cuando; son casi una curiosidad histórica.

La huelga de estos días, sin embargo, es doblemente inusual. Primero, ya por el mero hecho de existir, y segundo por estar ocurriendo en un sector completamente olvidado que nunca ha tenido presencia sindical: los restaurantes de fast food desperdigados por todo el país. 

A pesar de no ser una gran huelga (el sector está cualquier cosa menos paralizado, y las protestas se han concentrado en varias ciudades aisladas), la protesta tiene el mérito de haber movilizado un sector increíblemente complicado de organizar: trabajadores muy poco cualificados, en lugares de trabajo muy pequeños en una industria muy fragmentada con cientos de franquicias en casa estado. Sacar a la calle cocineros que cobran salario mínimo y tienen cero protección contra despido es complicado, pero está sucediendo a una escala suficiente como para hacer bastante ruido.

¿Las demandas? bastante familiares: sueldos dignos (piden $15 la hora, algo que suena extravagante en España, pero es un sueldo de clase media-baja en Estados Unidos), derecho a sindicalizarse (ahora no lo tienen. No, no es broma) y mejores condiciones laborales. Son demandas justas, pero  En vista del mercado laboral y el clima político en el país, por pedir podrían demandar unicornios para todos. Sencillamente, los republicanos no están para estas cosas.

Aun así, las protestas dan pie a dos preguntas interesantes, al menos a medio plazo. Por un lado, sobre la viabilidad política de los sindicatos en Estados Unidos (y Europa, en cierto modo); por otro, sobre el origen de las desigualdades económicas y el papel de las instituciones para resolverlas. Sobre viabilidad política del sindicalismo americano, la verdad, soy bastante escéptico. El partido republicano detesta a los sindicatos casi más que al Presidente. Por añadido, un sector no precisamente marginal del partido demócrata tiene poco interés en resucitarlos. 

El grupo de presión más poderoso en Estados Unidos es la (otra) NRA, o National Restaurant Association. Son con diferencia el lobby más temido en los capitolios de todo el país, al combinar cantidades ingentes de dinero con el Santo Grial del trolleo legislativo, representar a pequeños empresarios, y no hay nada que odien más que legislación sobre salario mínimo (para camareros, $2,13 la hora, por cierto. De aquí las propinas) y derechos sindicales. Mucho tiene que cambiar el país electoralmente para que veamos una resurrección del movimiento obrero lo suficiente fuerte como para crear cambios legislativos importantes.

Sobre desigualdades económicas, el problema de los salarios bajos en los restaurantes de comida rápida no es algo que se limita a este sector. El mercado laboral en Estados Unidos (y en el resto del mundo, pero las instituciones americanas refuerzan esta tendencia) parece estar polarizándose; se crea empleo en los dos extremos de la escala salarial, trabajadores ultracualificados y empleo totalmente sin cualificar, mientras desaparecen muchos trabajos tradicionalmente de clase media. Por qué esto está sucediendo es motivo de debate, y puede deberse o no a motivos políticos o tecnológicos. Si el cambio es político, la solución es “fácil” (ganar elecciones); si es tecnológico/económico, la cosa es un poco más complicada.

Supongamos que la evolución tecnológica e inteligencia artificial nos trae un mundo donde prácticamente cualquiera tarea que no requiera creatividad o talento para improvisar puede ser automatizada. Los taxistas son substituidos por coches automáticos, la mayoría de abogados por sistemas expertos (experimentando algo parecido a los departamentos de contabilidad cuando apareció Excel), los limpiadores por robofregonas, los obreros industriales por robots. La mano de obra pasa a ser, en muchos casos, una alternativa cara y protestona al enorme poder del software. Tendremos  un mundo en el  que los retornos del capital son mucho mayores que digamos en 1960, y donde la mano de obra tradicional es sólo competitiva en trabajos en el sector servicios de baja calificación. Esto tiene unas consecuencias redistributivas fortísimas entre aquellos que tienen capital y los que no; dedicar recursos a la educación es un poco perder el tiempo si estamos buscando generar igualdad. Si la evolución tecnológica está realmente creando una mercado laboral polarizado (y muy marxista, todo sea dicho), las medidas de que debemos tomar para redistribuir renta tienen un aspecto bastante distinto.

Cómo hacerlo, sin embargo, es un tema un poco más complicado. Los trabajadores en huelga estos días, por ejemplo, tienen entre poco o nulo poder de negociación. Recuperar cosas como sistemas sindicales de closed shop (sólo trabajadores afiliados pueden acceder a empleo, forzando las empresas a negociar) puede no ser del todo absurdo, sin ir más lejos. El sistema fiscal debería tener un aspecto distinto, igual que el sistema educativo. El impuesto de sucesiones pasaría a ser muchísimo más importante casi de forma automática.

Aún así, es pronto para llegar a conclusiones. Las desigualdades se han disparado en Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, pero no en España, Francia o los países nórdicos. El efecto de la tecnología en el mercado laboral no es independiente de las instituciones de cada país, y no tiene por qué ser lineal. Como siempre que se habla de grandes cambios económicos, es preferible ser cautos antes de empezar a legislar como posesos. Lo curioso es que el viejo sueño del fin del trabajo y la sociedad de la abundancia gracias a la robótica no es tan absurdo estos días como solía ser….

Hasta la inevitable rebelión de las máquinas, claro. Pero eso es para otro día.

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