Se podría viajar a India con la sola intención de analizar la vida que se desarrolla alrededor de sus estaciones. El viaje en tren empieza ahí: comprando los billetes un par de días antes, esperando una hora en caso de retraso y relacionándose con los cientos de personas que llenan los andenes con sus equipajes, duermen en el suelo tapados por gruesas mantas u observan concentrados a una vaca que ha decidido hacer lo mismo en medio de las vías del tren.
Indios durmiendo en la estación de tren
He pasado muchas horas en las estaciones de tren de India y podría pasar muchas más. Me encantan. Ninguna espera, por larga que fuera, me ha resultado aburrida. Siempre he tenido a alguien con quien hablar (incluso cuando menos me apetecía), una samosa que comer o un libro para leer, en caso de decidir abstraerme del corro de personas que me miraban fijamente esperando Dios sabe qué reacción por mi parte.

Un curioso artefacto que me gusta mucho de las estaciones de tren indias, que también está presente en las estaciones de autobús, son las máquinas del peso. En las estaciones grandes las hay por decenas, varias en cada andén, e incluso la más pequeña no se libra de tener dos o tres. El siguiente texto, extraído del libro Tigre Blanco de Aravind Adiga, las describe muy bien.

Si visita usted alguna estación de la India, verá, mientras espera su tren, una serie de máquinas de aspecto estrafalario con bombillas rojas, ruedas caleidoscópicas y remolinos amarillos. Son máquinas de su-fortuna-y-su-peso-por-una-rupia y están en todas las estaciones del país. 

Funcionan así: usted deja sus maletas a un lado, se sube a la máquina e inserta en la ranura una moneda de una rupia. La máquina cobra vida; las palancas empiezan a moverse en su interior entre un estrépito de chatarra y las luces parpadean enloquecidas. Entonces se oye un chasquido y surge de la máquina un cartoncito de color verde o amarillo. Se apagan las luces y se termina el estrépito. En ese cartoncito está escrita su fortuna y su peso en kilos.

Hay dos tipos de personas que utilizan esas máquinas: los niños de los ricos y los adultos de las clases más pobres (que continúan siendo niños toda su vida).”

Yo debo ser muy niña, porque no existe máquina del peso que se haya cruzado en mi camino en la que no me haya subido. Si en una estación hay diez, no he parado hasta probar las diez, teniendo muchas veces para ello que recorrer todos los andenes o cambiar un billete de diez rupias por haberme quedado sin calderilla.

Lo admito: soy adicta a las máquinas del peso de India. Que no ha conocer mi peso, eso no tiene nada que ver. Solo en muy raras ocasiones, y por pura casualidad, una de esas máquinas dice el peso real; en un mismo día y en la misma estación yo he pesado 53, 57 y 63 kilos. Lo mismo sucede con la “fortuna”; para ser totalmente exactos, una breve descripción personal que pocas veces se ajusta a la realidad. “You are invincible, emotional, philosophical and courageous”, leo en una de las que conservo. En otra: “You are beautiful, simple and smart”.

Una experiencia gastronómica y social

Empieza cuando el tren finalmente hace su entrada en la estación y todos los viajeros se abalanzan hacia sus puertas para ser los primeros en entrar. Lo mejor es dejar que la avalancha pase; tenemos todas las de perder y no ganamos nada subiendo cinco minutos antes. ¡Con ganas de tren no nos vamos a quedar!

Viajar en los trenes de India, especialmente en las clases más populares, es toda una experiencia gastronómica y social. Social porque, compartiendo vagón con otras cien personas, la conversación está asegurada. Aunque no hablen nuestro idioma ni nosotros el suyo, los indios no pierden ocasión de establecer comunicación con el extranjero, mediante gestos o en un precario inglés. Si además se defienden bien en la lengua de Shakespeare, del interrogatorio no nos salva nadie.
Viajar en Second Sitting, India
En lo referente a la experiencia gastronómica, habrá a quien le sorprenda descubrir que en unos trenes que realizan tan largos trayectos no hay vagón-restaurante. Lo cierto es que no hace falta; en cada parada suben decenas de vendedores que recorren los vagones con sus cestos y cajas llenos de comida, frutos secos, y el siempre presente chai, anunciado a voz en grito (“Chai, chai, chai! Garam chai!”). Si la parada dura unos cuantos minutos, también podemos bajar y comprar en las tiendas y puestos del andén, con cuidado de recibir bien el cambio, ya que tienen una ligera tendencia a equivocarse.

En algunos viajes, según la categoría del vagón, pasará alguien del servicio de catering ofreciendo un sencillo menú. Yo solo lo he probado una vez y no he vuelto a repetir: el precio no es caro pero sí desproporcionado respecto a la calidad de la comida, y resulta mucho más divertido e interesante probar los platitos típicos de los vendedores, cambiantes en función de la zona que se esté atravesando, o aún mejor: dejarse invitar por las familias indias que nos acompañen, siempre bien provistas de deliciosa comida casera. En India, el viaje en tren es también un viaje por la gastronomía del país.

Las situaciones más extremas

Pero por mucho que me gusten los trenes de India, no puedo omitir que viajar en las clases más populares (Sleeper Class y Second Sitting) es una experiencia bastante intensa en la que se dan situaciones extremas que, si no se conocen de antemano, pueden llegar a asustar a más de uno. Estos son solo tres ejemplos:

Situación 1: Viajar en Second Sitting. Punto. Es una experiencia de por sí. Bancos para cuatro personas ocupados por ocho, hombres tumbados bajo los asientos o sentados en las redecillas portaequipajes, con la cabeza emergiendo en posiciones imposibles entre ventiladores cubiertos por una gruesa capa de polvo sobre los que, para colmo, se dejan los zapatos. Sobrevivir a un viaje de más de siete horas en esta clase te convierte directamente en un viajero de nivel 2.

Situación 2: Tienes tu plaza asignada en Sleeper Class, litera inferior, y tras una larguísima charla con tus vecinos te dispones a dormir plácidamente hasta llegar a tu destino. Entonces, un ruidito en el suelo llama tu atención. Te fijas mejor y… sí: en Sleeper Class hay ratitas. Ojo, he dicho ratitas, no ratas mutantes gigantes, pero roedores al fin y al cabo. No se dejan ver con faclidad, pero los aprensivos pueden pasarlo mal (afortunadamente, no es mi caso).

Situación 3: Estás en el tercer sueño cuando de repente un grupo de hombres irrumpe en el vagón emitiendo unos gritos de escándalo. Abres los ojos para descubrir que van vestidos de mujer y no se cortan en despertar a los pasajeros, zarandeándolos como a muñecos. Son los hijra, “el tercer sexo” o los eunucos de India: una comunidad muy respetada por, entre otras cosas, creerse que tienen capacidad de bendecir y maldecir a su antojo, así que mejor tratarlos bien. En este caso los hijra recorren los vagones pidiendo dinero, pero, por suerte para mí, las mujeres extranjeras no parecen encontrarse entre sus objetivos principales.

Con un vídeo de los hijra los dejo, porque pese a sus peculiaridades hay que reconocer que como animadores de fiestas son los mejores. Unas verdaderas reinonas. El tema de los trenes de India no descarto retomarlo más adelante; hay tiempo, anécdotas sobran… y aún me quedan muchos trenes en los que subir.

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