Reconocí a la usuaria nada más montar en mi taxi. Yo seguía su cuenta en Twitter; ella a mí no. Tampoco era una tuitera conocida, apenas doscientos o trescientos followers, pero hace tiempo me llegó algo suyo realmente ingenioso y decidí agregarla.
Su foto de perfil coincidía, sin duda era ella, pero no dije nada. Sólo escuché su destino, accioné el taxímetro y emprendimos la marcha en silencio. En el primer semáforo me fijé a través del espejo que la chica tecleaba algo. Supuse que estaba escribiendo un tuit, así que me metí con disimulo en su perfil desde mi móvil. En efecto, había publicado lo siguiente:

“EN UN TAXI CAMINO AL TRABAJO. OJALÁ EL TAXISTA SUBA LA MÚSICA, ME RAPTE Y ME LLEVE LEJOS”.

Sin pensarlo dos veces subí a tope el volumen de la música, accioné el seguro de las puertas, aceleré rápido y buscando la autopista giré en dirección contraria a su destino. Ella dio un respingo:

-¡¿Qué haces?!- me preguntó.

-Raptarte- dije.

-¿Qué pasa? ¿Me lo has leído en Twitter?- volvió a preguntarme.

-¿Qué es Twitter?- respondí.

Y contra todo pronóstico, la chica comenzó a gritar y aporrear la puerta como una loca.

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Nota:  En serio, ¿quién entiende a las mujeres?

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