El oficio de escritor siempre se me ha antojado como imán para desequilibrados. O quizá es que son los desequilibrados los que acaban haciendo catarsis vía literatura para soportar la vida.


La cuestión es que hay muchos escritores que están mal de la chaveta. Distintos trastornos mentales que acaso han funcionado como dinamo para una creatividad especial. Ya se dice que los locos abren caminos que más tarde seguirán los sabios.

Por ello no es difícil encajar que autores como Maupassant, Nietzsche, Schopenhauer o Mishima hayan estado turuletos en algún sentido. Para el psiquiatra Enrique González Duro esto no es simple azar:

Hay demasiados ejemplos de autores tratados, diagnosticados, recluidos, para que la relación entre locura y literatura sea casual. Es curioso cómo en muchas culturas el loco es un individuo inspirado, privilegiado, capaz de percibir y de decir lo que otros no captan, y siempre se ha buscado una conexión entre la locura y el arte. 

El artista, con su trabajo, tiende a crearse un mundo interior que le aleja de la realidad, y si ese proceso no se devuelve al mundo real en forma de producto artístico, se corre el riesgo de quedar encerrado en ese mundo imaginario. En cierta manera, podría decirse que la creación artística libera de la propia locura.

Hölderlin padeció esquizofrenia: hablaba consigo mismo interminablemente y en un idioma ininteligible, y luego por las tardes se ponía a escribir poesía. Irónicamente, poemas bastante serenos.

Shelley sufría frecuentes ataques de melancolía, alucinaciones y sueños letárgicos. El humor de Byron demudaba en pocos minutos. Baudelaire sufrió frecuentes crisis nerviosas, neuralgias y vértigos que le dejaban postrado en la cama.

Dice el escritor Benjamín Prado:

Hay una larga lista de obesos que han convertido sus neurosis en material novelesco o poético: Beckett, Kafka o Pessoa, a quien su condición, por no decir enfermedad, le convirtió en uno de los grandes poetas del siglo XX, al igual que a Juan Ramón Jiménez.

Otros desequilibrados fueron Virgina Woolf, Allen Ginsberg y Silvia Plath. O Marcel Proust, que permanecía recluido durante semanas en su habitación, tapizándola de corcho y pesadas cortinas, inhalando polvo medicinal. Sólo se alimentaba de cafeína, veronal, cerveza y helados.

Otra cosa, por supuesto, es hacerse el loco, algo que también han cultivado los artistas para hacerse notar entre la plebe: forzar la excentricidad, epatar a la burguesía, hacer chirriar las convenciones. Porque la locura vende, sea verdadera o fingida. Por eso Azorín iba por Madrid con un paraguas rojo. O Valle-Inclán iba por las noches a la Plaza de Oriente a despertar al Rey.

Así que si estás un poco mal de la cabeza, enhorabuena: dale a la tecla y a lo mejor acabas siendo un gran literato.

Vía papelenblanco.com
Por: Sergio Parra

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